He visto a unos hombres misteriosos en París practicando un extraño oficio, sobre láminas de madera hacen unos dibujos alusivos al día y a la noche, a la muerte, al amor y a todas las cosas que hay entre el cielo y la tierra. Luego realizan sonoras invocaciones a espíritus o quizás demonios mientras estas figuras son mezcladas entre sí, finalmente las colocan una por una en ordenada forma y de lo que allí queda estos magos extraen ciertas consideraciones sobre los tiempos futuros, ellos llaman a esta forma de adivinación “Tarocco” o Tarot»

Esta es una Carta fechada en 1522 por Pierre de Lang un viajero que nos cuenta sus impresiones sobre aquellas personas que observaba en el antiguo y enigmático oficio de realizar la lectura del Tarot. Oficio que, por demás, en otras épocas pasadas, era considerado, según ciertas presunciones, un arte adivinatorio sublime, entroncado con los misterios más oscuros y recónditos de las castas sacerdotales de antiguas civilizaciones o llevado a cabo por sabios y grandes iniciados en alta magia, o, por el contrario, se consideraba un oficio nefasto, vinculado a la magia negra, a la hechicería y a pactos con el diablo, por lo cual podía fácilmente llevar a sus practicantes al cadalso o a la hoguera; y las personas que consultaban estas prácticas, podían correr la misma suerte, así se les consideraba: o bien, buscadores de arcanos conocimientos o pobres ingenuos llenos de supercherías que caían en manos de abusivos saltimbanquis y charlatanes.
Hoy día, los pensamientos en torno al Tarot, a sus practicantes y consultantes, afortunadamente, no son tan radicales, sin embargo, aún puede observarse un halo remanente de ambas posiciones. Por un lado, gracias al estigma dejado por aquellas instituciones, como la iglesia cristiana, el cual catalogaba dicha práctica como un acto pecaminoso y perverso, y por otro lado a ciertas sociedades que secretamente mantuvieron las enseñanzas espirituales y cobijaron los misterios del Tarot. Así hoy sólo podríamos diferenciar entre aquellos que son crédulos e incrédulos.
No obstante, siempre se debe recalcar que el Tarot, más allá del juicio de valor que se tenga de él, es un juego, quizás un tanto complejo, llevado a cabo con unos naipes especiales que entrañan una fuerte simbología psíquica y arquetípica. Y siempre será cuestión del jugador o espectador la manera como se canalicen dichos símbolos y arquetipos que podrán actuar como píldoras sugestivas dirigidas a mejorar nuestro entorno según las asociaciones que se puedan hacer entre las imágenes y las circunstancias de nuestra vida, o, por el contrario, no observar en dichas figuras sino cosas totalmente carentes de sentido, dibujos extraños y profanos para embaucar a los incautos. Y una mirada aún más nociva, quizás, sería considerar al Tarot un instrumento adivinatorio completamente eficaz por sí mismo, es decir, sin tener en cuenta el debido procedimiento psicológico y correspondencia entre aquellas imágenes y el consultante, y sólo dejarse llevar supersticiosamente por lo que supuestamente indiquen las cartas, sin interiorizarlas, sin reflexionar en sus mensajes, no buscando un conocimiento intrínseco, sino, degradándolo a intereses baladíes y banales o incluso perjudiciales para sí mismo o para con los demás.
Sea como sea, el Tarot, ha inspirado durante siglos a escritores, poetas, artistas y a un sinfín de personas de todos los oficios y estratos sociales.
En realidad, el Tarot se trata de un camino simbólico que podemos recorrer en cualquier momento de nuestras vidas para conocer nuestra verdad intrínseca a través de un lente y un lenguaje universal que nos permite, bien utilizado, dar pasos en los peldaños del autoconocimiento. Las cartas del Tarot son simplemente espejos de nuestros sentimientos y emociones, de nuestra alma y de nuestro ser. Son como reflejos en un estanque en el que las imágenes visuales no se alteran, aunque vibran, a causa de las oleadas que producen energías naturales como el viento. El Tarot se mueve con nuestra voluntad, como implica todo acto de magia, para actuar en consecuencia positiva o negativamente en nuestras vidas. En fin, las cartas nos ofrecen un reflejo de nosotros mismos, son un espejo de nuestro Ser recóndito que está allí a nuestra disposición, esperando que nos atrevamos a descubrirlo
El Tarot es enigmático incluso en la cuestión de sus orígenes ya que no se sabe a ciencia cierta cuál es su verdadera procedencia. Sin embargo, existen varias hipótesis sobre esta cuestión.

Una de las hipótesis, más difundida durante mucho tiempo, es la sugerida por el francés Court de Gébelin, según él y un conocido ocultista de su tiempo llamado Alliete entre los años 1783 y 1787 dieron a conocer un libro y unos naipes con la insinuante idea de que el Tarot provenía del Antiguo Egipto.
Gébelin supuso que el Tarot era el residuo de un antiguo libro perdido que exponía las doctrinas secretas de la alta casta sacerdotal de los egipcios, por tanto, interpretaba las figuras de los 22 arcanos mayores como tabletas que contenían encriptadas en su simbología los rituales y claves para comprender los misterios de la vida y de la muerte. El libro al cual Gébelin hacía alusión es al misterioso Libro de Thot.

Thot era considerado un dios de la magia, contador de estrellas, Señor de las palabras inventor de la escritura y sacerdote supremo del culto a Osiris, Isis y Horus. Según una leyenda, es Thot quien enseña a Isis el conjuro para resucitar a su esposo Osiris, según otra, es a Horus a quien Thot ayuda a resucitar luego de su desmembramiento por su hermano Seth, profiriendo una palabra que hace que la esencia vital del dios Ra se traslade al cadáver descuartizado de Horus y este resucite. De este modo, siendo Thot el poseedor del secreto de la muerte y la resurrección, dueño de la palabra que rige los tres mundos: Cielo, Tierra e Infierno, el Tarot, bajo esta suposición, deja de ser un simple juego de naipes pues concentra en sí la clave más sublime y misteriosa de los enigmas del hombre y sería la síntesis de la sabiduría iniciática del antiguo Egipto.
Gébelin apunta además aparentes relaciones de los mitos y ritos egipcios con los arcanos mayores del tarot. Así asocia el arcano 18 que representa la luna a Isis, cuyas lágrimas fertilizan Egipto mediante las crecidas del río Nilo y asocia el cangrejo que aparece en la lámina con el signo zodiacal de Cáncer, ya que cuando el sol y la luna abandonan Cáncer el Nilo se inunda, bajo la tutela de Sirio la estrella del perro. En el arcano 19 que representa el Sol, Guébelin ve en los dos gemelos que se hallan en el naipe a los dos hijos de Isis: Horus y a Harpócrates los cuales se hallan bajo la protección de su padre Osiris que es el Sol resucitado. Asimismo, en el arcano 10, que corresponde a la Rueda de la Fortuna, observa a la Esfinge, al dios Anubis (asociado con Thot) ascendiendo y a Set descendiendo, de modo que, este arcano, según esta visión, correspondería al ciclo cósmico de la muerte y la resurrección.
En fin, Gébelin tenía la inocua convicción de que las cartas del tarot, detrás de sus sencillas imágenes, había un todo un cúmulo de conocimientos y poderosos secretos que eran capaces, para quien supiera interpretarlos correctamente, de llevar al hombre por la senda de la iluminación y a identificarse con la divinidad.
Otro francés en 1854 tuvo otra sugerencia respecto al origen del tarot, el cual creía provenía de la India, traído a Europa oriental y la cuenca del Mediterráneo por una tribu nómada que partía de aquella región expulsada por el conquistador islámico Timur Lenk, estos viajeros, como habían pasado por Egipto, los europeos comenzaron a decirle los “egiptianos”, de este sobrenombre, surgió luego el nombre que es como se les conoce hasta ahora, es decir, “los gitanos.” La tesis de que fueron los gitanos quienes introdujeron el tarot a Europa fue sostenida por el Dr. Encausse, mejor conocido en el mundo del esoterismo como Papus. Sin embargo, se sabe que el tarot ya se conocía en Europa mucho antes de la llegada de los gitanos por lo que la tesis no tiene fundamento alguno.

Eliphas Levi a mediados del siglo XIX insistía que los naipes del Tarot estaban profundamente vinculados con el sistema esotérico de la cábala, y conectó los 22 arcanos mayores con las letras hebreas, los 4 palos de los arcanos menores con los cuatro elementos y las cuatro letras del tetragrammaton. Posteriormente los miembros de la sociedad secreta de la Aurora Dorada concibieron la ambiciosa empresa de combinar los conocimientos de las diversas tradiciones ocultistas en un solo sistema, y escogieron como tal la filosofía de la Cabala.
Las asociaciones del Tarot con diversas culturas, filosofías, creencias figuras míticas, dioses y cultos son variopintas, de manera que hay en él un fárrago de acuñaciones simbólicas verdaderamente cosmopolitas provenientes de creencias tan alejadas entre sí como pueden ser la de los cabalistas judíos, los simbolismos bíblicos e incluso las enseñanzas gnósticas. Todo ello lo que demuestra es la amplísima cosmovisión que surge en torno a las cartas del tarot y la plasticidad de sus imágenes para adecuarse a las diversas concepciones del hombre y el mundo.

Así pues, el Tarot se vincula a diversos orígenes y culturas como acabamos de señalar. el egipcio, el hindú y el del pueblo gitano, pero también, existen vinculaciones a un origen chino y otro árabe o que fueron conocidas a través de los caballeros templarios. No obstante, todas estas son hipótesis… Pero ¿Cuándo se le hace mención por escrito? La primera mención escrita de los naipes se remonta a 1227 en la que se les llama “carticelli” muchos las conocen como el Tarot Mantegna, pero pese a su nombre no fueron creadas por Mantegna sino por Francesco del Cossa y fueron grabados en Ferrara en la segunda mitad de siglo 15. Aunque estas cartas diferían en gran medida a las que hoy conocemos, ya se puede entrever en ellas el significado y correspondencias latentes con las actuales. De hecho, la evolución de las cartas actuales, al parecer, es el resultado de la fusión de varias cartas de origen italiano y francés, entre las cuales mencionaremos las más famosas junto con las de Mantegna, así tenemos: el Tarot de Carlos Sexto, el Tarot de Bolonia, el Tarot de Visconti-Sforza, El Tarot de Mitelli, La Minchiate Florentina que era un tarot amplificado hasta de 90 cartas y la Trapola que al contrario de aquel era un tarot simplificado que contaba con tan solo 36 cartas y finalmente el famosísimo Tarot de Marsella que fue el tarot del que se sirvió Gébelin para crear sus postulados y es a partir de estas barajas, o de sus variaciones, que buena parte de los estudiosos del Tarot de los siglos 18 y 19 crearon también sus propuestas.
