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LIBER ANGELICUM

Esta sección está destinada a documentar los diversos seres espirituales de las esferas sublimes del campo astral y que fungen como mensajeros de divinidades mayores, lo que se ha dado a conocer como ángeles, esto, según diversas creencias religiosas o simplemente las que se hallan integradas al imaginario de los diversos pueblos y civilizaciones.

Los Ángeles

Los Ángeles  son los ministros de Dios, sus emisarios, son una especie de “hombres” intermedios entre Dios y el hombre, enviados al mundo para comunicarnos sus órdenes.

La teoría de los ángeles es de las más antiguas que se conocieron en el mundo, y precedió a la de la inmortalidad del alma. Esto es lógico. Se necesita tener filosofía para creer que es inmortal el alma del hombre; pero sólo se necesita imaginación y temor para inventar seres superiores a nosotros, que nos protegen o nos persiguen. A pesar de esto, los antiguos egipcios no conocieron esos seres celestiales, de cuerpo etéreo, ejecutores de las órdenes de Dios. Los antiguos babilónicos fueron los primeros en admitir tal teología. Los libros hebreos emplean a los ángeles desde el primer libro del Génesis; pero el Génesis no se escribió hasta que los caldeos construyeron una nación poderosa. Hasta la época de su cautividad en Babilonia que sucedió mil años después de Moisés, los judíos no supieron los nombres de Gabriel, Rafael, Miguel y Uriel, que aquellos pusieron a los ángeles. Es singular, fundándose las religiones judaica y cristiana en la caída de Adán, y fundándose esta caída en la tentación del ángel malo, o sea el diablo, que el Pentateuco no diga una palabra al respecto a la existencia de los ángeles rebeldes, ni de su castigo y su caída en el Infierno. El motivo de esta omisión es evidente. Consiste en que los ángeles malos fueron desconocidos de los judíos hasta que tuvieron cautivos en Babilonia. Entonces empezaron a ocuparse de Asmodeo y de Rafael y por primera vez escucharon hablar de Lucifer el ángel rebelde y luego del opositor de Dios Satanás.

«Fue el orgullo que transformó los ángeles en demonios; y es la humildad la que hace a los hombres como ángeles».

San Agustín

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