En esta sección nos encargaremos de las hadas, duendes, gnomos y de cuantos seres feéricos existen en el imaginario de todos los pueblos desde la más remota antigüedad hasta nuestros días.
Los Elementales
LOS ELEMENTALES son seres que no descienden de Adán, aunque en mayor o menor medida tienen cierta semejanza física con los seres humanos. Los elementales se sitúan, para Paracelso, quien fue el primero de sistematizarlos, a medio entre la tangibilidad de los seres humanos y la impalpabilidad de los espíritus. Son, en efecto, «ligeros como los espíritus, pero generan como el hombre, tienen su aspecto y siguen su régimen». O sea que se trata de seres que, aunque viviendo como los espíritus, y viendo como ellos las cosas y el futuro, comen beben y tienen el mismo metabolismo de los hombres. No tienen alma, pero sin embargo están sujetos a la muerte, al llegar la cual nada de ellos sobrevive. He aquí por qué su más vivo deseo es adquirir un alma, cosa que pueden obtener casándose con un humano; en efecto, el sacramento del matrimonio es capaz de infundir en ellos un alma inmortal y de hacerlos por consiguiente plenamente humanos. Durante el resto de su vida, sus ocupaciones son parecidas a la de los hombres: viven en sociedad, tienen leyes y jerarquías, trabajan, comen, hablan, sufren, están sujeto a las enfermedades como nosotros.
Existen cuatro tipos de ellos, cada uno de los cuales habita en el propio elemento: Las ondinas en el agua; los Gnomos en la tierra; los Silfos en el aire; las Salamandras en el fuego. Para cada uno de ellos el propio elemento es tan fluido y permanente como para nosotros la atmósfera. Luego están una gran diversidad de seres feéricos que descienden de ellos, son los legisladores de los grandes tesoros, de toda índole, ocultos para los seres humanos.
La confusión del hijo del rey era mayor que la de la princesa, cosa que no ha de sorprender, pues ella había tenido tiempo de pensar en lo que le diría; pues se supone, aunque nada de ello indique historia, que la buena Hada le había procurado el placer de agradables sueños durante los cien años que estuvo dormida.
Ch. Perrault